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Cartas Amarillas



Sentada aquí en el sillón de la tarde, solo con la pluma de la nueva generación y el papel tecnicolor táctil, pienso y siento a la vez, porque he descubierto que hay recuerdos que confortan el corazón.

Todos tenemos una historia que contar. La abuela tenía miles y hoy me río pensando en que quizá mis nietos puedan escribir un par de cartas verdes también para contar. Pero sigamos mejor con la historia. 

La abuela se sentó una vez más en la silla al lado del teléfono en la vieja casa de las Higueras. Quería llamar por teléfono, pero no alcanzó a marcar cuando de repente éste comenzó a sonar. No eran buenas noticias al parecer, su rostro se transformó y en medio minuto dejó de sonreír. Yo estaba en el sillón café al frente, me dijo tenemos que salir. Prepárate, porque te tendrás que despedir. Ese fue el día en que murió mi otra abuela. Desde pequeña la recuerdo con mucho cariño. La verdad es que con los años parece que la extraño más. La bueli, tenía en su casa un sillón rojo, ahí tejía y veía novelas, el abuelito le sostenía la lana y pasaban así la tarde juntos, de ellos aprendí que esa es la forma en que los ancianos se reflejan amor y respeto mutuo, una forma de quererse, ya sin palabras, con gestos, que te hacen el día. De hecho es una lección que aprendí hasta hoy… y no me olvido más. Cada vez que iba a visitarlos a San Pedro, nos esperaban con la comida que nos gustaba y nos llevaban a misa los domingos, nos querían. Mi abuelita me quería y lo sé, porque me lo hizo saber muchas veces, siempre que hablamos por teléfono, siempre que podíamos, siempre que estábamos ahí. Esos son los momentos que valen. Con eso me quedo. Me doy cuenta de paso, que si miramos atrás y la presencia del otro se extraña es porque fue valor en nosotros. Sin embargo cuando no ocurre, es porque simplemente pasó, no se alcanzó a quedar. La bueli se quedó, la extraño hasta hoy, sus historias de tejidos, las actualizaciones de la novela de moda, los chismecitos del barrio, las ganas de salir a pasear con la nieta, los cuentos de la señora Teresa y los recuerdos de la porfía de mi padre para comer: “sí, él se escapaba por la ventana, porque no le gustaba comer y la nana le preparaba comida que a él le gustaba, cuando yo no lo veía… o me hacía la que no veía…” Él era su regalón, siempre lo supimos, a ninguno nos cabía una duda. Agradecidos y alegres por los triunfos, orgullosos por los logros y felices por nuestras alegrías. 

No voy a relatar el hecho concreto del funeral, porque es bastante triste como toda despedida… ese día entramos a la misa. Al nieto y a la nieta mayor les corresponde hablar y despedirse. Es tradición, a mi me tocó leer el salmo. Cuando fui hacia adelante escuché las voces de la gente, hace muchos años que toda nuestra familia vive en el sur. Ellos lo sabían. El día que nací mi abuelita llamó a todos, porque ella me esperaba en este mundo. Me amó, me leyó el gato con botas trescientas veces, me llevó a su pieza y dormimos juntas, me contó sus historias, me dejó plantar en el jardín y hacer hoyos para que después alguien se tropezara, me enseño qué son las frutillas, marcó todos los años sagradamente en la pared, cuánto habíamos crecido y me regaló su amor. Tengo los mejores y los más hermosos recuerdos de la bueli. 

No me gustan las despedidas, prefiero los hasta pronto. Un abrazo de re-encuentro y un te quiero siempre. 

He vuelto pocas veces más a esa casa de San Pedro. La bueli dejaba que me sentara en el sillón rojo donde tenía y ahí podía ver lo que a mi me gustara, después nos sentábamos juntas y hablábamos, me contaba historias y se reía. De eso me acuerdo, de su risa cuando contaba historias y para terminarlas me daba un beso. Recuerdos de cuando vivían en tres pinos, de cuando mi padre se arrancaba de la casa con los primos y no iban a la escuela, de cuando quedó embarazada, pero lejos el mejor recuerdo fue cuando mi padre y mi tía se estaban escapando porque se habían arrancado del colegio y se quedaron atrapados en la pandereta. Hasta ahí les llegó el escape, la bueli tomó un palo y les dio a cada uno unos veinte palazos, para nunca más volvieran a mentir. Notable, los castigos de antes… y nosotras con mi hermana que nos quejábamos de la correa de cuero voladora… 

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