La abuela me contó que cuando era joven, una de sus hermanas, se enamoró de un gitano, que como todos, andaba de paso por la cuidad. Fue un amor de esos apasionados, locos, atiborrados de secretos, de esperas, de esos que se recuerdan por siempre, quizá no por ser el primer amor, pero sí el más sufrido.
La abuela me contó que los descubrió cuando estaban en el puerto de Lebu, le llamó la atención que su hermana siempre quisiera ir a comprar los pescados para el almuerzo de los viernes ese último mes, siempre había sido esa ratita de biblioteca, salía poco y cuando lo hacía era para lo específico y para nada más, sin embargo llevaba un par de semanas saliendo ansiosa y volviendo muy feliz… la brisa marina decía ella… la suspicacia de la abuela fue mayor. Y efectivamente sus sospechas eran ciertas, estaban sentados en la costanera, bajo el reluciente sol de verano, contemplando el mar… juntos, simplemente juntos. Cuando los vio, no supo qué hacer, así que no hizo nada, me contaba la abuela que haber interrumpido ese momento habría sido un pecado, no porque se amaban, sino porque esa paz, en la que estaban no era cualquiera. Y claro, tenía razón, ese día se despedían para siempre, él debía volver a su vida gitana y ella volvería a la rutina de siempre, no fueron demasiadas palabras, solo ese silencio de entender los tiempos y comprender que en algún punto se volverían a reunir. Él le entregó una carta, que con los años terminó siendo amarilla… nunca supo qué decía, porque ella jamás se despegó de ese recuerdo, lo llevaba consigo entre sus libros más preciados. La abuela dice que en el delantal de cocina, cuando murió encontraron la carta… sólo ese día la abrió y pudo saber lo decía en romá…. kamau tu´… qué traducido quiere decir TE AMO.
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